La fiebre mundialista se vive en cada rincón del país y Rosario, el terruño de Messi, no es la excepción, ciudad pasionalmente futbolera como pocas, capital de fútbol argentino para muchos, se identifica con los referentes que representan los colores de sus equipos en la Albiceleste: Lio Messi -el abanderado- y la destacable aparición de Lisandro Martínez para los leprosos.
El último Mundial de Messi, sumado a la conquista de Copa América, generó en los hinchas la ilusión pese al gran momento de Brasil y Francia, candidatazos al título. Rosario se paraliza en cada partido de la Selección y festeja sin importar la instancia y el rival en el Monumento Nacional a la Bandera, epicentro histórico de las celebraciones de Newell´s y de Argentina.
Jóvenes desobligados de la responsabilidad laboral y niños acompañados por sus familias desatan la celebración en cada triunfo del combinado nacional. La cantidad de camisetas de Messi es incontable, en un nuevo fenómeno del marketing moderno que no sucedía ni con Diego. Incluso niños hijos e hijas de padres canayas, ya se permiten lucir la 10 de Lio, empezando a cerrar una grieta que trasciende el folklore clásico de la ciudad.
“A Messi lo bancamos y tenemos la camiseta, pero también tenemos la de Angelito, eh. Rosario debe ser la única ciudad donde además de la 10 también se vende la 11 de Di María”, dice un padre canaya, tratansdo de que lo suyo no se vea como una traición. Avenida Pellegrini, con sus bares que permiten ver los partidos en numerosos grupos de amigos, desborda en cada partido: el tránsito se corta y los hinchas extienden los festejos en una especie de fan fest improvisado. El calor invita a los jóvenes a consumir bebidas para mitigar la agobiante temperatura del verano rosarino. Y a celebrar, claro. La próxima función es este viernes y nadie se la quiere perder.
Los leprosos sacan chapa con Leo y con Maradona, sea en Rosario o en Qatar.
