El defecto de Newell’s en el frustrado debut en la Liga Profesional fue el de haberse convertido en un equipo previsible, como consecuencia de la falta de ritmo. Este es un déficit demasiado alto en el fútbol actual. Lo sufrió principalmente en la generación de juego. El problema radicó en todo lo que no fue capaz de hacer con la pelota. La imprecisión conspiró con el planteo ideado para asumir el protagonismo. Pero fue la parsimonia con la que jugó el obstáculo principal. Cada jugada anunciada facilitó la tarea de Talleres, que con anticipos y un despliegue intenso sumió a la lepra en una actuación que frustró las expectativas con las que llegó a este inicio del torneo.
La mayor experiencia del plantel de Newell’s fue deglutida por el vértigo de los jóvenes de Talleres. Sin vueltas. Los referentes rojinegros rara vez llegaron a juntarse. Quedaron atrapados en la dinámica del local. Pablo Pérez fue el de mayor participación, aunque la entregó mal. Ignacio Scocco, menos influyente en el funcionamiento colectivo, al menos cumplió con lo que se le pide a todo goleador, con un cabezazo para el empate parcial. Maxi Rodríguez, a su vez, pasó desapercibido, absorbido por el despliegue del medio cordobés. No le alcanzó con su categoría para desequilibrar en su nueva función de enlace. Es evidente que el largo tiempo sin competencia oficial, de siete meses, conspiró para un mejor rendimiento físico del futbolista, que se encuentra cerca de cumplir los 40 años.
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